sábado, 5 de febrero de 2011

127 horas (127 Hours, 2010)


AVISO PARA DESPISTADOS

Partiendo de que la historia real en que se basa la película es de sobra conocida, y si no lo era, la publicidad está en ello, he preferido hacer la reseña “destripando” algunas partes importantes. Por ello, el que desconozca aún lo que sucedió, el devenir de los hechos y el propio desenlace, es mejor que deje estás líneas para cuando termine el visionado.

Danny Boyle es uno de esos directores que, pese a llevar una carrera irregular e impredecible, siempre son interesantes. Al fin y al cabo, todo tiene su conexión. Boyle es irregular, pero se arriesga en cada nuevo proyecto. De ahí que también sea impredecible y, por tanto, interesante de seguir. Sus inicios fueron portentosos. Tras la muy interesante opera prima Tumba abierta (Shallow Grave, 1994), se sacó de la manga uno de los iconos del celuloide (y más allá de él) de los noventa. Hablo, por supuesto, de la obra maestra Trainspotting (1995). Pese a que después diese un bajón con la aburrida Una historia diferente (A Life Less Ordinary, 1997) o con la, dicen, fallida (desde mi punto de vista algo infravalorada) La playa (The Beach, 2001), volvió a demostrar talento, potencial visionario y un estilo dinámico con el sleeper 28 días después (28 Days Later, 2002). Y en a los años más recientes que preceden a este 2011, entre otras propuestas “menores” aunque interesantes, se apuntó su primer mehahit con la curiosa Slumdog Millionaire (2008). Carrera interesante, ¿verdad? Pero un servidor echaba de menos, no el talento, pues lo sigue teniendo, pero sí el toque especial, mágico, como se quiera denominar, que sentía al ver una cult movie en potencia como Trainspotting. Ese día ha llegado.

Antes de meternos en lo que es la película, os hablaré de la persona cuya historia real la hizo posible. Se trata de Aaron Ralston, nacido en 1.975. Además de estudiar ingeniería mecánica, era un experto en cuestiones de alpinismo y aventura. En una de sus escapadas solitarias, en el Blu John Canyon, cerca de Moab, Utah, el joven se encontró con un terrible imprevisto: una roca se desprendió, aplastándole el antebrazo derecho y atrapándolo contra la pared del cañón. Ralston no había dejado ningún mensaje a familiares ni amigos. Nadie conocía sus planes. Después de cinco días de vanos intentos por escapar, y con el hambre y la sed flaqueando aún más las pocas fuerzas que le quedaban; después de haber terminado de grabar su video despedida en el móvil; y después de haber grabado su nombre y fecha de muerte en la roca, un repentino sentimiento de vida se apodero de él. Tal sentimiento le llevo a apuntarse el brazo. Tal apuntación, la real, se alargó durante cuarenta minutos. En la película queda resumida en dos, pero están filmados en tal estado de gracia que provocan una atmosfera tan intensa como sus explicitas imágenes.

La historia ha sido puesta en imágenes de forma (casi) literal, adaptando el espeluznante libro que escribió el propio Aaron. Las 127 horas que convivió con la roca, en soledad, fueron allí y son aquí motivo de elaborar no una típica trama survival de afán humano para la superación de adversidades, sino un duro relato sobre lo frágil entre y la vida y la muerte; entre las cosas a las que se da una importancia mayor o menor dependiendo el lugar de la balanza en el que te haya tocado jugar. El viaje de Aaron en la película, y por tanto el nuestro, no se limita a seguir sus vivencias al lado de la roca, también a seguir sus vivencias interiores, las de su mente. Boyle ha sido inteligente para saber distanciarse del tópico, y nos lleva hacia un cine reflexivo, comedido a la vez que histérico y desafiante. No se ha limitado a contar un guión ya conocido, y sobre el papel poco complejo, sino que elabora una retahíla de planos poderosos y de trucos de montaje que hablan por sí mismos.

En todo caso, el director es en 127 horas una (importante) herramienta para que pueda dar lo mejor de sí la verdadera alma de la función: James Franco. Espectacular. Hasta ahora no me había caído demasiado en gracia, pero hay que reconocer que es capaz de llevar sobre sus hombros, durante más de hora y media, un personaje bastante peliagudo. Y lo borda. Supongo que muy supervisado y bien dirigido, lo que James Franco compone aquí es uno de los personajes dramáticos más creíbles, emocionantes, sinceros e incluso originales (atención a cuando, en pleno delirio, ofrece a cámara lo que sería un particular concurso televisivo) de los últimos años. Desde el primer minuto consigue que seas cómplice de su aventura, para después sufrir junto a él hasta el final.

La banda sonora, como suele suceder en el cine de su director, también supone un importante complemento para meterte en la película. Y es que Boyle, después de Tarantino, puede que sea el que mejor en esto de seleccionar que canciones poner en sus trabajos, así como en que momento situarlas. Hay elecciones rarísimas y que, a priori, desentonan, pero sirven para crear personalidad; para diferenciar; para elevar hasta el cool, al atrevido, al culto, un drama que en manos equivocadas podría pasar por un telefilme de lagrima fácil.

Aún con tantos valores merecedores de aplauso, para el aquí firmante Trainspotting sigue un paso por delante. Pero, ojo, 127 horas es lo mejor que ha hecho su principal responsable desde aquella, y tampoco la sigue a mucha distancia. Esto, amigos, es mucho decir. Básicamente es como decir que la echéis un ojo lo antes posible, pues os esperan noventa minutos de la mejor reserva cinematográfica para este año.

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