viernes, 30 de julio de 2010

Zombi 3 (1988)


Corrían finales de los ochenta, y a Lucio Fulci ya no se le veía igual de cómodo en estos derroteros. Aunque aún tuvo fuerzas para realizar la salvable La sombra de Lester (Quando Alice ruppe lo specchio, 1988) y alguna otra, sus grandes obras eran cosa del pasado. Este Zombi 3 es una prueba significativa. Para el que ande perdido, la película que nos ocupa es una especie de continuación de la muy superior Nueva York bajo el terror de los zombies, estrenada en 1979 y que tuvieron los huevos de promocionar como Zombi 2, a rebufo del clásico de George A. Romero. Incluso Zombi 3 guarda paralelismos con la siguiente del citado Romero, El día de los muertos (Day of the Dead, 1985) en cuanto al tratamiento, aquí mucho más superficial y menos interesante, que se hace de los militares y su facilidad de apretar el gatillo obviando a los científicos. No obstante, influencias y plagios a parte, aquí Fulci perdió un poco el juicio, y metió más acción (de tercera división) que terror o imágenes truculentas tan efectivas marca de la casa. También lo perdió en cuanto a la exposición de los muertos vivientes. Citar al respecto que la evolución, supongo, ha hecho que haya zombis que luchen bate en mano con los vivos, e incluso hay una cabeza zombi que, literalmente, vuela (¡!).


Zombi 3 puede ser considerada una de las más flojas películas de su director dentro del cine de terror. No obstante, se dice que a mitad del rodaje se marchó y fue terminada por Bruno Mattei y Claudio Fragasso, compatriotas y compañeros de caspas y mugre. Ambos, por cierto, menos interesantes. No sé si el bajón de calidad  respecto a la anterior reside en eso, o puede simplemente que el otrora maestro del gore italiano ya andaba mayor, tal como le sucede ahora, sin ir más lejos, a George A. Romero. Sea como sea, este mejunje de zombis parlantes, cabezas voladoras, virus transportados en cenizas y contagiados por pájaros, y militares ligones, solo sirve para que el aficionado de empeño completista sienta tapado uno de esos huecos que a veces, nosotros cinéfagos, tendemos que tapar: ver aquella película tan mala de aquel director tan bueno (o al menos respetable) que, aún sabiendo que será horrenda, nos sirve para comentarla con criterio.

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