sábado, 31 de julio de 2010

Ghosthouse (1987)


Umberto Lenzi ya de por sí no es buen director en lo que mejor sabe hacer. Imaginaos entonces en lo que no sabe. Para la ocasión, decidió alejarse de sus zombis purulentos y sus caníbales selváticos para adentrarse en el subgénero de las casas encantadas. Este Ghosthouse, que, se supone, es una tercera parte de algo que no conozco (y no me voy a poner a buscar información, pues bastante he tenido con la película) no empieza nada mal. Hasta parece que a Lenzi le va a salir bien la jugada. Nada más lejos de la realidad. El prologo, situado en una casa veinte años antes del resto de la acción, nos muestra a una misteriosa niña, portadora de un muñeco (un payaso de esos que no dan buena espina) que es castigada a pasar la noche a oscuras en el sótano. Una musiquita  inquietante hace acto de presencia, y contemplamos la muerte de su familia entre lo sobrenatural y lo gore. La cosa, como dije, no parece ir mal. Pasamos la trama a la actualidad con la típica presentación de una pareja de jóvenes cuya parte masculina es repelente hasta la gonorrea. Se empieza a joder el asunto. El tipo es radioaficionado, y es testigo de unos gritos mortales que llegan de algún lugar en una emisora cercana. Pasa de policía, así que, junto a su novia, marchan a investigar el supuesto crimen a la casa. Como es lógico, la casa donde sucedió es la misma que la del prologo.


Allí se encuentran a otro grupo de jóvenes pijillos que se disponían a habitar la casa. Y lo curioso es que la presunta victima, se deduce por su voz, está entre ellos. Vamos, que la va a palmar por la noche y todo fue un aviso y esas cosas. El resto pues una sucesión de tópicos expuestos sin gracia (el anciano huraño que conoce el pasado del lugar, el espiritista que da la charla sobre la vida después de la muerte), aburrimiento, alguna que otra escena gore, más aburrimiento, y locuras varias de guión buscando sorprender entre, una vez más, el aburrimiento. Por resultar tedioso, hasta la melodía tan currada del prologo se repite tantas veces que pone dolor de estomago. El reparto es tan malo que ni en IMDB tienen foto en su perfil, y lo único salvable termina siendo la presencia de la niña con su payaso, personajes, ambos, que podrían haber dado mucho más de sí. Por el contrario, se ven relegados a la sucesión de ladrillos que nos brinda un Lenzi que siempre será, al menos, más entretenido con sus costras de infraseres hambrientos de carne humana.

Valoración (0 a 5): 1

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