viernes, 14 de mayo de 2010

Terror en Amytiville (The Amytiville Horror, 1979)


A las 3:15 de la madrugada del 13 de noviembre de 1974, un joven llamado Roland DeFeo asesinó a su familia. El crimen tuvo lugar en la pequeña ciudad de Amytiville, en Estados Unidos. El verdugo aseguró oír voces que le obligaban a cometer tan terribles actos. Dicho así, no es un caso peculiar, pues no son pocos los tarados que en los juicios argumentan “coartadas” similares para no ir sufrir la justa condena en prisión. El caso subió como la espuma poco después, cuando los Lutz, un matrimonio con tres hijos, compraron la casa de marras aprovechando una suculenta oferta. Supuestamente, la nueva familia sufrió todo tipo de fenómenos extraños dentro de sus paredes, y su estancia no pasó de los 28 días. Los medios pusieron tanto empeño en contar la historia que, a fecha actual, el “caso Amytiville” sigue siendo uno de los más comentados, temidos y estudiados en lo referente a casas encantadas. Claro que, posteriores propietarios de la casa dicen que no han vivido ningún fenómeno relevante. No obstante, sea cierto o, lo más probable, un cuento que se haya exagerado hasta niveles insospechados, tales hechos han dado lugar a una longeva franquicia cinematográfica.


Cinco años después de los crímenes, el circo mediático en torno a los fenómenos paranormales y demás, se estrenó Terror en Amytiville. La película fue todo un éxito comercial (83 millones de dólares de la época) y provocó el inicio de una saga que fue perdiendo interés y calidad a pasos agigantados. La que nos ocupa se centra en la historia de la familia Lutz. Tras una breve introducción recordado los hechos, estos si, verídicos –lo que concierne a los asesinatos-, el guión comienza a meter sin descanso las claves de terror efectista siguiendo los hechos narrados por la verdadera familia. Esto es, extraños líquidos negros saliendo del baño y los grifos, ventanas y puertas que se abren y cierran solas, voces de ultratumba y un drástico cambio de humor en el marido, que parecía estar poseído por el espíritu de DeFeo. Así, lo que vemos no pone en ningún momento en duda los sucesos paranormales, tomando las libertades necesarias para ofrecer una genuina película de terror. Analizándola como tal, hay que reconocerle, pese a sus fallos, que al menos es un producto artesanal decente.


La puesta en escena de Stuart Rosenberg es correcta, aunque se le pudiera pedir más que corrección al director de La leyenda del indomable (Cool Hand Luke, 1967), El viaje de los malditos (Voyage of the Dammed, 1976) o Brubaker (1980). El guión, firmado por Sandor Sterm adaptando el libro sobre los “hechos reales”, tiene momentos muy buenos, aunque también guarda cierto esquematismo y varios agujeros (¿qué narices pasa con la investigación del teniente de policía?). Lo mejor es la acertada banda sonora (nominada al Oscar) de Lalo Schifrin, y algunas interpretaciones (James Brolin en el papel principal y, sobretodo, Rod Steiger en el del cura). Aunque el conjunto pueda ser irregular y esté lejos de las mejores aportaciones al subgénero de casas encantadas, se puede ver sin problemas, y ese toque que tiene al estar producida entre los setenta y los ochenta es algo que difícilmente podemos catar en nuestros días. Algo especial, que invita a que uno siga sintiendo curiosidad por ver que carajo esconden sus dos horas. Es difícil pensar que el remake producido por Michael Bay en 2005, aquí titulado La morada del miedo, continue siendo buscada por los aficionados treinta años después del estreno.

Valoración (0 a 5): 3

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