jueves, 28 de enero de 2010

Muñecos infernales (The Devil Doll, 1936)



Cuatro año después de estrenar su máximo icono cinematográfico, La parada de los monstruos (Freaks, 1932), Tod Browling fabricó otro clásico, menos mitificado, pero que rallaba a un nivel de calidad similar. Muñecos infernales, aunque clasificada dentro del género de terror, en realidad se trata de una fantasía, con toques de ciencia ficción paranoica, que conjuga sus elementos a groso modo con una historia de venganza y amor. La venganza es la que entabla un antiguo banquero, presidiario huido de la cárcel junto a un mad doctor. En casa del segundo, a la que llegan con la policía pisándoles los talones, descubre los experimentos de dudosa moral que éste, junto a su mujer, igual de desquiciada, lleva años completando. Su trabajo consiste en hacer diminutos, a modo de juguetes, a todo animal, incluso persona, que les viene en gana. Tras la muerte del mad doctor a causa de infarto, el banquero ve la posibilidad de vengarse de los que le metieron injustamente en la carcel, ayudado de la mujer y sus extraños conocimientos. Así, de viaje a Paris, éstos comenzarán, cada uno por sus motivos, las malas jugadas a determinadas personas. Y también es una historia de amor, pues el verdadero propósito del protagonista, más que la venganza por odio, es que su nombre quede limpio y su hija, residente en Paris, pueda perdonarle por fin.


Muñecos infernales cuenta con una notable interpretación de Lionel Barrymore (pésimo doblaje en español, para los que opten por dicha opción), que juega al despiste disfrazándose de una anciana que vende los temibles muñecos vivientes. Al igual que en la citada La parada de los monstruos, Browling es fiel a su modo narrativo y convicciones personales. La línea que separa el bien del mal siempre se muestra difusa, con personajes que no llegan al blanco ni se hunden en el negro. La escala de grises es elevada y, además, muy interesante de analizar. La idea de la venganza, que triunfa ante todo y, como he dicho, bastante difusa en su sentido moral, es algo que a lo que también recurría con sus freaks menospreciados por los que se creían mejores que ellos. Destacable, entre otras cosas, es el trabajo realizado para los efectos especiales, teniendo en cuenta que han pasado más de setenta años desde su realización. La unión en el mismo plano de personajes de tamaño real y personajes minimizados (aunque a veces los actores no saben muy bien donde mirar) es excelente.


Aunque Muñecos infernales esta basada en la novela Arde, bruja, arde, de Abraham Merrit, los parecidos se difuminan en el guión firmado por Garret Frot, autor del libreto de Drácula (1931), así como con el tono que le da Browling, que inyecta esa tipica atmosfera propia de patetismo romántico y aroma de tragedia, igual que la ya comentada difusa moral en los actos de los personajes. Todo se mezcla perfectamente en algo más de setenta minutos de gran cine clásico, de cine de género minimalista y añejo, que recuerda la ingenuidad de ciertos tiempos, pero también la importancia de la narrativa y los actores, del uso de efectos digitales como eficaz comparsa de un desarrollo siempre interesante y no carente de diversas lecturas más allá de lo evidente.

Valoración (0 a 5): 3

1 comentario:

Dude dijo...

mmm que interesante, no la conocia.