lunes, 23 de noviembre de 2009

2012 (2009)


Los mayas, hace siglos, pronosticaron que el fin del mundo llegaría en el 2012. En el año actual, un científico de la Casa Blanca es alertado, durante un viaje a la India, de que el interior de la Tierra está cambiando bruscamente, y solo nos quedan tres años para esperar lo inevitable.

El amigo Roland Emmerich no puede sorprender ni decepcionar a nadie a fecha de hoy. Desde que hiciera su primer blockbuster, Independence Day (1996), ha sido coherente con lo que ésta predicaba. Su cine-espectáculo antepone los efectos especiales a los personajes, la destrucción al guión. Es el cine de palomitas en su máximo esplendor, para bien o para mal. Podemos pensar que simplemente con desconectar las neuronas es fácil disfrutar de sus películas. No tanto. El problema de Emmerich, y lo arrastra en toda su filmografía central, es que no sabe distribuir las dosis de espectáculo y las dosis de “calma”. De este modo, cuando la palabrería hace acto de presencia, los personajes son tan planos y las situaciones tan ridículas, que no hacemos más que pensar en una nueva secuencia de destrucción. Sucedió, por ejemplo, con El día de mañana (The Day After Tomorrow, 2004), que nos impactaba con una primera mitad sublime, en cuanto a espectáculo, para luego dormir al más despierto con las relaciones de los personajes. Por esa razón, 2012, sin ser gran cosa, es lo mejor que ha hecho su director desde…Stargate (1994).


Aunque, a priori, la citada El día de mañana y 2012 puedan parecer similares, una vez sentados en el cine encontramos una gran ventaja. A diferencia de aquel bodrio, aquí no se andan con demasiadas pretensiones filosóficas sobre el planeta. Alguna hay, pero poca cosa. Desde que empieza hasta que acaba demuestra una mayor honestidad en cuanto a lo que Emmerich sabe hacer. Es obvio que no sabe dirigir actores, por lo que deja a John Cusack, Amanda Peet, Oliver Platt o un divertido Woody Harrelson, entre otros, que se lo pasen bien hasta que cobren sus respectivos cheques. Lo suyo no es meditar a cerca de los comportamientos humanos, por lo que aquí todo se reduce al esperable muestrario rápido de clichés. Lo que este tipo sabe hacer, y a veces bastante bien, es (junto a la segunda unidad, claro) regalarnos set pieces impresionantes. La honestidad de 2012 es que, si quieres destrucción mundial, monumentos cayendo, protagonistas escapando de la muerte en el último segundo, o sonido y efectos especiales de última generación, es lo que te va a ofrecer por el precio de la entrada. Ni más ni menos. Yo creo que viendo los traileres y la orgullosa frase promocional “Del director de Independence Day y El día de mañana”, nadie se pueda llevar a engaños.


Fabricada para ser “la madre de todas las películas de catástrofes”, podemos ver en 2012 un cúmulo de momentos de puro clímax. Lo que en otras películas, como por ejemplo en la terrible Deep Impact (1998), tienes que esperar cien minutos hasta que, al final, el espectáculo de verdad haga entrada, lo tienes aquí desde el minuto veinte y casi sin pausa. No pasan otros diez minutos hasta que se destruye algún monumento famoso o se desintegra una gran ciudad. Llegados al desenlace, la trama se torna en un remedo de La aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, 1972), que sería más intenso de no ser porque ya suponemos (y probablemente acertaremos) quien va a sobrevivir y quien no.

En resumidas cuentas: Pasable

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