jueves, 28 de agosto de 2008

Mis comienzos (Parte II)

Pasados por fin los torturadores (en el buen sentido) visionados de El exorcista, las dos primeras entregas de Alien o alguna que otra Pesadilla en Elm Street, pude prepararme para ver películas de terror igual de míticas sin que me recorriera esa sensación de pánico previa. Puede parecer exagerado, pero creerme, era un cagón. En clase se escuchaba mucho hablar de Poltergeist, pero más que sobre la película en sí, lo que se decían eran cosas sobre una leyenda que había en torno a ella. Como si una de esas leyendas urbanas que contábamos en el parque por la noche se tratase, mi conocimiento primerizo de Poltergeist se debió a dichas conversaciones. Por aquel entonces (y la cosa no ha cambiado nada hoy día), la película era emitida en las cadenas de televisión cada dos por tres, por lo que no lo tuve difícil para hacerme con ella. Después de vista, disfrutada y grabada (que tiempos aquellos en los que grabar una película cortando los anuncios ya suponía un avance tecnológico), me quedó claro que Poltergeist sería a partir de ese momento, en el cual ya estaba comenzado definitivamente mi camino cinéfago, una de mis películas favoritas. Y así ha sido hasta la actualidad.

Con mi pasión desmedida por Poltergeist llegó La matanza de Texas. Ya no solo porque se tratase de otra de las míticas de visionado obligatorio para mi andadura, sino por que la dirigía Tobe Hooper, es decir, el mismo de Poltergeist. No sabría hasta más tarde todo el rollo en tono al conflictivo rodaje en el que Spielberg, productor de la película, había hecho más en la dirección que el propio Hooper, pero a mí por aquel entonces todo eso me importaba un mojón. Me enfrente al visionado de La matanza de Texas con unas expectativas altísimas, pues ya no solo era una película de la se hablaba en todos los foros de entendidos o supuestos entendidos del género, sino que también, como ya dije, era de Hooper. Tengo que reconocer que la primera vez que vi La matanza de Texas quede un poco decepcionadp. Luego comprendí, tras una segunda oportunidad, que estaba equivocado. La matanza de Texas, en todo caso, fue la primera película del llamado horror rural que veía, por lo que no sabia muy bien lo que me esperaba. Pero ya vista con otros ojos, se terminó convirtiendo en otra de mis películas de cabecera hasta el momento en el que escribo estas líneas.

Fue poco después cuando llegó el día en el que descubrí la que hoy es mi película de terror favorita. Los que estéis un poco puestos en el tema, viendo la frase que abre mi blog, ya sabréis de que hablo antes de que diga nada. Fue un puente que acudí al video club para alquilar dos pelis de terror y así tenerlas durante los cuatro días. Las elegidas fueron una especie de remake directo a video de Piraña, que contaba con William Katt (el de House. Una casa alucinante) y Alexandra Paul (la única vigilante de la playa que no llevaba silicona hasta en las cejas) de protagonistas. Aunque la película vista hoy no es más que un montón de estiércol, en aquel puente me la vi como cinco veces. Poco exigente que era uno. Pero eso no fue nada comparado con lo que sucedió con la otra película en cuestión: En la boca del miedo. Asi es, en mi ingenuidad alquilé la obra maestra de John Carpenter sin saber si quiera quien era ese director que aparecía en los créditos. Fue verla una vez, y quedar tan impresionado que no pare hasta desgastar el VHS con unos diez visionados en cuatro días. La diferencia entre aquella Piraña trash y En la boca del miedo, es que mientras una pasó a mi particular historia como un mojón, la de Carpenter se convirtió sin ninguna duda en mi película soñada.
Aunque aun quedarían películas de las llamadas imprescindibles por ver, fue por estas fechas cuando empecé a interesarme por la serie B y Z en estado puro. Por la Troma. Por la Full Moon. Por los directos a video club desoladores. Fue entonces cuando pasé a ser John Trent.

Continuará…

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